jueves, 20 de agosto de 2009

Carlsberg y Liverpool, probablemente

Por Halftown
La revista Wired habla este mes de un estudio que demuestra que, cuando los hinchas del equipo local protestan, el árbitro tiene un 15,5% más de probabilidades de pitar a su favor. Quizás ese porcentaje es el que ha contribuido, por ejemplo, la parroquia de San Mamés a las salvaciones in extremis del Athletic estos últimos años.

O a lo mejor es la diferencia que ha convertido al Liverpool, con una plantilla sensiblemente inferior a United y Chelsea, en aspirante a la Premier League.

Hablando del Liverpool, desde principios de mes se está rumoreando que podría poner fin a su acuerdo de patrocinio con Carlsberg al final de la temporada. Sería el fin a diecisiete años de relación de la marca danesa con los reds, quizás la más larga entre los grandes clubs europeos.

Personalmente, he crecido viendo el logo de Carlsberg impreso en la camiseta roja, como también asocio inmediatamente a Sharp con la camiseta Umbro del ManU, BNAmro con el Ajax o JVC con el Arsenal. El Liverpool, por cierto, fue el primer club inglés profesional en llevar publicidad en la camiseta, cuando anunció Hitachi en 1979.

Volviendo al tema de la cerveza, supongo que a estas alturas daneses y scousers estarán haciendo cábalas para decidir si les compensa prolongar el contrato o no.
Desde el lado de Carlsberg, la marca tiene un slogan muy claro desde hace unos años: "posiblemente, la mejor cerveza del mundo" (nota aparte: atención al matiz en la traducción al castellano, ya que en inglés afirman con un puntito más de autoestima "probably the best beer in the World").

En plan somos una cerveza global y buena, pero a la vez desenfadada y buenrrollista. En ese sentido, parece que sus valores pegan con los del Liverpool, un equipo grande pero a la vez familiar, campeón pero no pretencioso, que se distingue por tener posiblemente el himno más popular del fútbol mundial.

Otra ventaja añadida para la marca es que el Liverpool garantiza exposición continuada hasta los cuartos o semifinales de la Champions, competición patrocinada por su rival Heineken quien, encima de dejarse una pasta en el evento, a veces no puede más que hacer vallas que dicen “Enjoy responsibly”.

Desde las oficinas de Anfield supongo que se ven las cosas de otra manera. Lo primero que habrán hecho será ver qué es lo que cobran el resto de clubs de su nivel… y se habrán dado cuenta de que sus 7,2 millones de libras van por detrás de los más grandes (Aon le paga al United 20 millones de libras al año, T-Home 20 millones de euros al Bayern, el Tamoil de Gadafi 18 millones a la Juve, BWin 15 al Madrid y Samsung 11 millones de libras al Chelsea), pero por delante de, por ejemplo, los 6,7 millones de libras que afloja Emirates al Arsenal.

Sin embargo, con pocos argumentos en forma de títulos encima de la mesa, parece complicado que los Reds puedan aspirar a ganar más dinero por estampar el logo de la cervecera danesa en su camiseta.

Más aún en los tiempos de crisis que corren –pocos logos de coches se verán en las camisetas de la nueva temporada-, posiblemente lo más inteligente para ambos sería extender su contrato otros dos años a la espera de que pase el diluvio. A Carlsberg le sirve para mantener su notoriedad de marca sin tener que aumentar la inversión, y al Liverpool para pagar los 6,6 millones de euros por temporada que le ha prometido a Fernando Torres hasta 2013.

lunes, 10 de agosto de 2009

Historia de una foto

Por Karina Sainz Borgo
Caracas (Venezuela)
Seis seminaristas juegan fútbol. Vistos en conjunto, parecen árboles. Sus sotanas reverberan, se comportan como enormes manchones oscuros en la placa del mediodía. La expresión de sus rostros es imprecisa y borra sus edades.

Se detienen alrededor de ese balón congelado que está a punto de atravesar la portería del Seminario Conciliar de Madrid. Un joven ministro del señor convertido en portero trata de detenerlo. Se estira en el aire. Permanece suspendido, como un milagro extravagante. Su salto habla un idioma. Hay entrega en su actitud, una verdadera acrobacia.

Aunque aparentemente menudo, este portero venido de una familia de labradores de Luzón, en Guadalajara, es el penúltimo hijo de una prole de diez hermanos. Sabía arar y esquilar ovejas, pero eso no era suficiente para comer, por eso su padre le insinuó irse de cura. Otros en su pueblo asumieron el mismo destino. Y de diez que fueron, sólo él se ordenó sacerdote.

El Señor y los garbanzos despertaban la vocación hasta en las raíces de los árboles. En el extremo de la cancha, otro seminarista camina resignado hacia la izquierda. Justo a su lado, el cura goleador observa de pie la trayectoria de su disparo. Todos miran el cielo, no por beatos, sino porque algo parece haberles pillado desprevenidos.

Corre el año 1959. Es el momento de un disparo. Click. Franco supervisaba las obras de El Valle de los Caídos. La democracia cumplía un año en Venezuela; la revolución cubana celebraba sus barbas en remojo y el catalán Ramón Masats tomaba para sí la instantánea de seis sacerdotes que juegan al fútbol. Treinta años más tarde, la fotografía devuelve la imagen de la historia como un pelotazo. Miro la foto de nuevo. El cura imposible pierde peso en el aire, mi fe también.

martes, 4 de agosto de 2009

Las camisetas que sí vende Florentino


Por John Wyatt
Bangkok (Tailandia)
Para rentabilizar el fichaje de Cristiano Ronaldo Florentino debe vender equipaciones a la mitad del planeta Tierra. Teniendo en cuenta de que sólo con China, Vietnam, Tailandia, La India, Birmania, Laos y Camboya ya se acerca al 50% de la población mundial, está bien que Floren insista en conquistar el mercado asiático. El problema es que, salvo en Japón, donde tienen más dinero y son más sibaritas, en el resto de países se venden camisetas de Cristiano, sí, a cascoporro, pero más falsas que judas. FNF lo ha comprobado en uno de esos puntos de venta de falsificaciones.

Finales de julio, mercado nocturno de Patpong, en el centro de Bangkok. A ambos lados de la calle, cientos de prostitutas jóvenes –uno no sabría diferenciar aquí a una chica de un travesti, ojo– esperan a sus clientes occidentales en la puerta de locales de mala reputación con una más que sobada barra americana y house de garrafón. Una legión de tailandeses ofrece al turista masajes con final feliz, un tuktuk para volver al hotel o asistir al espectáculo más célebre del barrio rojo de la capital tailandesa: el ping pong show. No asistí a ninguno, pero me hago una idea aproximada de lo que es. Y vosotros también.

El caso es que el epicentro del terremoto no es ese torrente de sexo de pago en sus más diversas formas, si no los puestos de falsificaciones. En Tailandia, como en China o en Birmania no es que haya un mercado de falsificaciones y los demás sean de productos ‘oficiales’. Es que todo lo que se compra y se vende son imitaciones más o menos logradas.

¿El truco? Muy sencillo: para abaratar costes, las grandes marcas fabrican en estos países. Las mismas fábricas que te hacen un bolso de Prada con destino Quinta Avenida de Nueva York te hacen la imitación porque conocen los materiales y los patrones originales. Clonan los logos, los acabados, todo. Menos el precio.

La estrella de aquel mercado y de todos los mercados de Asia es, sin duda, la camiseta blanca de Cristiano Ronaldo con el nueve a la espalda. Lo era en Patpong, en Chiang Mai, en Chiang Rai, en Chatuchang... ¿Su precio? Sin regatear, cinco euros. Regateando, vi vender alguna a 1,5 euros al cambio.

El material, los logos, las bandas laterales... no es imitación de la de Adidas, es otro original obtenido en la misma fábrica (o la de al lado) elegida por la casa de las tres bandas. El real Madrid asegura que vende 15 camisetas de Cristiano por minuto. Pero en todos aquellos tenderetes de falsificaciones, el ritmo de venta era más alto que en la esquina del Bernabéu.

El drama de Florentino es que el mercado asiático sí compra, a millones, camisetas de Cristiano, de Kaká y del resto de fichajes, pero ni la marca ni el Madrid ven un duro.