
Reconozco que la pregunta es sensacionalista y tendenciosa. Y profundamente injusta: ni lo sabríamos ni (lo que quizás sea peor) nos importaría una mierda. Pero si naces en plena era Thatcher en Croxteth, un suburbio de Liverpool, en el seno de una familia obrera con todas las virtudes y miserias de una familia obrera de un suburbio de Liverpool como Croxteth en plena era Thatcher, lo más fácil es que acabes siendo uno de esos tipos duros y sin futuro que acostumbramos a ver en los crudos retratos de la sociedad británica que de cuando en cuando nos regalan Stephen Frears o Ken Loach (o hasta el primer Guy Ritchie).
Y aunque tengas ese talento y esa suerte necesarios para triunfar en un mundo distinto, a veces la influencia de esos orígenes es tan grande que acabas haciendo lo mismo que harías allí, sólo que con más dinero e, inevitablemente, con más repercusión. Así que te tomas tus pintas, montas timbas con tus amigotes, dejas deudas que pagas tarde y de mala gana, tienes tus problemillas con tu novia de toda la vida, te vas de putas, te reconcilias... Lo normal con veinticinco años, solo que ahora, en vez de tu barrio, se entera medio planeta. Bueno, quizás en Croxteth hubieras asumido mejor tu alopecia. Pero el caso es que, si tú haces lo que sería lo normal, qué no harán quienes sólo han escapado de esa vida anónima de rebote, y gracias a ti.
10.000 libras, 14 años después
Las apuestas forman parte del paisaje cotidiano de la vieja Inglaterra y, de cuando en cuando se mezclan con el fútbol. Algunas veces, de forma curiosa e inocente: allá por 2006, cuando Steve McLaren hizo debutar con la selección inglesa al portero Chris Kirkland, el padre del guardameta y varios de sus amigos se llevaron 10.000 libras por cabeza gracias a una apuesta sellada por la pandilla en 1992. Se jugaron 100 a 1 en William Hill a que el niño llegaría a ser internacional antes de los 30, y ganaron.
Pero una cosa es convencer a tus colegas de pub de que tu chico es lo suficientemente bueno como para que tiren 100 libras a la basura (porque aunque ser portero de Inglaterra no es un objetivo precisamente inalcanzable, dudo que alguien se lo tomara como una inversión) y otra muy distinta es intentar sacarte un sobresueldo que no necesitas, sólo por la cosa de ser más listo que la casa de apuestas.

Una tarjeta roja para celebrar
El 14 de diciembre de 2010, la casa de apuestas Blue Square detectó algunas anomalías en torno al Motherwell-Hearts de la Premier escocesa. Entre las muchas opciones de juego relacionadas con aquel partido, la posibilidad de que hubiera algún expulsado (que se pagaba 10 a 1) parecía concitar el interés de demasiados apostantes. Escamados, en Blue Square impidieron que un cliente nuevo apostara más de 200 libras a esa posibilidad, pero según algunos medios llegaron a producirse apuestas de casi 5.000 libras. Y en el minuto 83 de partido el colegiado expulsó con roja directa a Steve Jennings, del Motherwell, por insultarle al protestar una jugada polémica. Las cámaras captaron el enfado del futbolista camino de los vestuarios; los apostantes debían estar celebrándolo por todo lo alto.
Esas cantidades anormalmente altas para una apuesta teóricamente secundaria (y que acabó siendo ganadora) alertaron a las autoridades, que apenas dos días después del partido ya anunciaron el inicio de sus investigaciones. Porque muchas de esas apuestas se habían realizado en el entorno geográfico del que procede el jugador expulsado, y lo demás fue tirar del hilo.

Y, oh funesta casualidad, entre los apostantes en aquel partido del 14 de diciembre de 2010 se encontraban, al parecer, el padre y el tío de Wayne Rooney. La semana pasada, tras diez meses de pesquisas, la policía detuvo a 8 personas en los alrededores de Liverpool, entre ellas Wayne Rooney senior y su hermano Richie, además de al propio Jennings, que fue arrestado en Glasgow y podría enfrentarse a 10 años de cárcel.
¿Coincidencia o acto planeado? ¿Fríos cerebros o simples receptores de un tentador soplo proveniente de un degradado ambiente que los Rooney nunca han abandonado? La Justicia dirá. Entre tanto, Wayne hace lo que probablemente haría en Croxteth si su padre se hubiera metido en un lío: desahogarse con una buena pelea sin motivo aparente. Sólo que en su vida real, tras cocear a un defensa montenegrino, debe cargar con las iras de una prensa y unos aficionados acostumbrados a exigir (que no a cumplir) otros códigos de conducta. Porque para ellos la alfombra de Wembley no es el asfalto de Croxteth, pero para Wayne son dos mundos inseparables. Su propio mundo.
Por cierto, la roja a Rooney en el partido de Montenegro se pagaba 20 a 1. Seguro que alguien (quizás también en Croxteth) hizo negocio. Tweet