
Había una vez un señor muy corrupto que dirigía una confederación de fútbol desde hacía muchos años, lo cual tampoco es ninguna novedad. Este señor, de nombre Jack Warner y nacido en Trinidad y Tobago, se ha aprovechado de su puesto para, entre otras muchas cosas, conseguir paquetes de entradas para el Mundial de Alemania y, en un alarde de generosidad, cedérselas a su familia (propietaria de una agencia de viajes) para que obtuviera con su reventa unas ganancias estimadas cercanas al millón de dólares. Minucias para la FIFA, que pasó casi de puntillas sobre el asunto Warner mientras se cargaba de todos sus estamentos al Villar de Botswana porque reconoció haber revendido 12 miserables entradas para ese mismo Mundial. Siempre ha habido clases. Encantado de conocerse, hay incluso quien dice que Warner repitió la jugada en 2010. Pero en fin, la próxima semana hablaremos del gobierno.
El caso es que este ambicioso caballero trabaja duro para elevar el nivel del fútbol de su zona, tanto deportiva como (sobre todo) económicamente. Y para eso nada mejor que copiar el exitoso sistema que lleva años funcionando en Europa: la Champions League. Durante años, la Copa de Campeones de la CONCACAF se disputó, aunque con distintos formatos, casi como un torneo invitacional que dejaba campeones procedentes de las principales potencias de la región: México, Costa Rica, Honduras y, en tiempos más pretéritos, Haití o Surinam. Incluso Estados Unidos llegó a saborear dos veces la gloria a finales del siglo pasado, gracias al impulso de la MLS. Pero la lógica económica acababa por imponerse, y si hablamos de equipos ricos (y con buenos jugadores) en la CONCACAF debemos mirar casi exclusivamente a México: de 36 ediciones, 19 fueron ganadas por equipos mexicanos.

En 2002, en un intento por ampliar horizontes, la competición pasó a disputarse en un formato de eliminatorias directas que diera cabida a más equipos y favoreciera las sorpresas, pero México dominó incluso más que antes. En esos primeros años del siglo XXI, tan sólo los dos históricos de Costa Rica (Saprissa y Alajuelense) lograron romper la hegemonía de los aztecas, que coparon las finales de 2002, 2003, 2006 y 2007 y se llevaron también el título en 2008. Demasiada desigualdad para que el torneo creciera en prestigio y poder económico. Si siempre ganan los mismos, los demás dejan de interesarse por el producto. Y por si fuera poco, hasta los mexicanos se aburrían de ganar y comenzaban a mirar con ojos golosos a la Libertadores y al resto de competiciones sudamericanas, siempre que la Gripe A les dejara.
Así que en 2008, Warner (sin duda asesorado por Traffic, la empresa que llevó a Ronaldinho al Flamengo y que posee los derechos televisivos de la CONCACAF) cambió el sistema de competición, creando una fase de liguilla al estilo europeo antes de las eliminatorias. Una Champions League con más equipos, más partidos, más dinero… y el mismo resultado. En la primera edición de la Concachampions, tres equipos mexicanos se colaron en semifinales, y la final fue 100% azteca. Pero como bien dice la Ley de Murphy, todo es susceptible de empeorar. El año pasado, los 4 equipos de México que empezaron el torneo llegaron a la penúltima ronda. Ahí la llevas, Warner.

En México, más concentrados en ganar terreno en los despachos de la CONMEBOL que en los tejemanejes de la CONCACAF, algo se huelen, pero tampoco se quejan demasiado: mal se tiene que dar para que el equipo que se plante en la final no vuelva a ganarla. Sólo confían en que Jack Warner no vuelva a cambiar las reglas a mitad de partido. Que a lo mejor es pasarse de pardillos. Tweet